"El gran juego" autobiografía de un espía incorregible

La narración de los recuerdos y anécdotas del creador de la "Orquesta Roja" Leopold Trepper plasmados en un libro autobiográfico, dice la nota de Revista Ñ:
En el ámbito de una polémica publicada por la revista Lateral de Barcelona en 2001, Antonio Muñóz Molina confesaba: “Mis héroes son, entre muchos otros, Leopold Trepper, Artur London, Mariano Constante, Primo Levi y Jean Améry, que nunca dejaron de rebelarse contra la irracionalidad y contra el fascismo, y que tampoco aceptaron el estatuto pasivo ­–y sin duda legítimo– de haber sido víctimas.” La lista es impresionante y entre esos héroes personales nos es oportuno destacar a Leopold Trepper, de cuya muerte se cumplieron en enero treinta años. Se trata del autor de El gran juego, las memorias de un luchador por la libertad y un ejemplo de fidelidad a una idea que, en él, la propugnaba más que otras. Otro libro apasionante, La orquesta roja, del periodista Gilles Perrault, desvela los mecanismos de la organización que Trepper condujo con inteligencia y que, según el almirante Canaris, jefe de los servicios de espionaje del Tercer Reich, fue responsable de la muerte de trescientos mil soldados alemanes. Aclara Perrault: “Hay que comprender que Trepper y su vieja guardia no son exactamente profesionales del espionaje, no se parecen en nada a esos Superman del espionaje que, acorazados de gadgets, ejecutan no importa qué misión sin importar para qué cliente. Incluso se diferenciaban de los profesionales de hoy, comunistas o no, en los cuales la pasión por su especialidad ha reemplazado a la fe desaparecida. Si se les hubiera dicho que eran espías hubieran rechazado la etiqueta; se tenían por revolucionarios”. El gran juego fue escrito a la manera de una confesión. Jejb (o Leiba) Domb (acaso fuera su nombre verdadero), aunque fue conocido como Otto o Gilbert y él mismo se dijo Leopold Trepper, nació en 1904 en Novy Tard, Galitzia, cuando la región era polaca, fue reclutado por las juventudes sionistas y con veinte años emigró a la Palestina entonces británica donde fue co-fundador del grupo comunista “Unidad”, que ponderaba la unión de judíos y árabes palestinos para luchar contra el imperialismo británico y en esa lucha común sentar las bases de la paz en la región. En 1930 emigró a Francia y en 1934 a Rusia, donde se abocó al estudio del espionaje. Esta preparación era en realidad (tal y como lo explica él mismo) una disposición a la militancia en territorio hostil, y desde la ascensión de Hitler en Alemania tuvo claro cuál era ese territorio y cuál habría de ser: toda Europa, cuando fuese ocupada. Antes de la guerra ya había creado en Bruselas la Orquesta Roja, una red cuyos radiotransmisores (llamados pianistas en la jerga) envió a Moscú, desde la invasión de la Unión Soviética por Alemania en 1941, miles de despachos redactados por trescientos agentes que no eran espías profesionales, sino antinazis de diversas nacionalidades, no todos ellos comunistas, entre los que no faltaron decenas de alemanes. En el Ministerio del Aire del Reich, un alto funcionario, Harro Schulze-Boysen, era el enlace de la red de Trepper, una organización que llegó a anticipar a Stalin la fecha de la entrada de los blindados alemanes en territorio soviético: los mensajes no fueron creídos. La pantalla Trepper, que tejió su formidable red sobre todo en Bélgica y Francia, montó una tapadera que le permitía intimar con el ocupante, su cliente. Dirigió una empresa que vendía impermeables de calidad en Bruselas y más tarde insumos para las tropas de ocupación en Francia, con cuyos dirigentes hizo “negocios”. Atrapado por la Gestapo, fingió colaborar y desde una posición privilegiada pudo filtrar mensajes a Moscú mediante estratagemas ingeniosas.Siguieron sin creerle. Tuvo más suerte que Richard Sorge –que en Tokio fue descubierto y ahorcado por los japoneses–, y escapó gracias a la confianza de su custodio (Willy Berg, que decía “fui policía con el Kaiser, en la República de Weimar, con Hitler, y lo seguiré siendo con Thaelmann”), que había caído en las redes de la fascinación personal de su prisionero. Deambuló dos años por Francia hasta la Liberación, cuando solicitó ir a Moscú a dar explicaciones; también las pidió y fue encarcelado porque todo comunista que hubiese caído prisionero era sospechoso. La cerrazón estaliniana lo mantuvo diez años encerrado en la Lubyanka. Muerto Stalin fue liberado, le fueron restituidos los honores y regresó a Polonia, donde se convirtió en editor de literatura judía. ¿Contarlo todo? Diez años después, todavía en Polonia, fue entrevistado por Gilles Perrault, que desde hacía mucho tiempo investigaba sobre la Orquesta Roja. Trepper no tuvo reparos en contarle la historia, aunque como él mismo insinúa en el epílogo de La orquesta roja, ni Perrault lo sabía todo, ni él estaba dispuesto a develarlo. Quizá lo hiciera en El gran juego, autobiografía de una red que había sido él mismo. Sospechamos que se guardó algunos secretos, fiel a su oficio y a su propia historia. Contrario al régimen neoestalinista de su país, le fue retirado el pasaporte y en octubre de 1973, amenazó con suicidarse si no era autorizado a abandonar el país, lo que logró en 1976 para afincarse en Jerusalén. Comunista profundo desde la juventud, Leopold Trepper sufrió la perversidad del sistema desde que comenzaron a no creerle. Hombre paciente y obstinado, no cejó porque sabía que estaba en la verdad y que su trabajo no era contaminable porque no era un espía sino un militante revolucionario. Su libro es un valioso testimonio sobre la existencia de una mentalidad altruista que ha desaparecido en el mundo. El mismo era consciente de que trabajaba en terreno pantanoso: “También quisiera consignar aquí mi testimonio acerca de la eliminación de Tujachevski y sus camaradas. Fue el 11 de julio de 1937 cuando los periódicos moscovitas anunciaron el arresto del mariscal Tujachevski y de otros siete generales. A los jefes del Ejército rojo, héroes de la guerra civil y antiguos comunistas, se los acusaba de estar preparando a sabiendas la derrota militar de su país, allanando así el camino para el retorno del capitalismo a la Unión Soviética. Al día siguiente, el mundo entero se enteraba de que Tujachevski y los generales Yákir, Ubórcvich, Prilnákov, Eidemann, Feldniaiin, Kork y Putna habían sido condenados a muerte y ejecutados. Un noveno oficial superior, el general Gainárnik, jefe de la división política del ejército, se había suicidado. El Ejército rojo quedaba decapitado.” Y sin embargo siguió. Perrault, que no es comunista, siente admiración por esa constancia que no ve impedimento en las adversidades, un raro ejemplo de adhesión a una legitimidad de la conciencia. Quizás una de las virtudes que hacen que Antonio Muñoz Molina coloque a un personaje como Trepper como uno de sus héroes.

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