Pettinato reseñado

Tapa del libro

Se publicó en Revista Ñ de Clarín la reseña sobre el libro "La isla flotante" de Roberto Pettinato, partes de la reseña escrita por Lucas Mertehikian:
En La isla flotante, el tema es todavía más personal y, tal vez por eso, más evidentemente serio: la historia de amor de sus padres, Clara y Roberto, en medio de un período turbulento de la historia política argentina (¿pero cuál no lo fue?): el primer peronismo y su derrotero después de la Revolución Libertadora de 1955. Roberto Pettinato (padre) fue director del Sistema Penitenciario Argentino durante los dos primeros gobiernos de Perón, y llegó a tener trato directo con él y Evita. Clara, por su parte, se unió a él desoyendo el mandato familiar (“Siempre serás la mujer de un divorciado”). Lo cierto es que esa vida en común estuvo, desde entonces y para siempre, íntimamente vinculada al devenir público del país: caído el peronismo, la pareja debió refugiarse un año y medio en la embajada de Ecuador (donde nació Pettinato) esperando un salvaconducto para escapar del país. Más tarde, Clara regresó con sus hijos a la Argentina mientras su marido debió permanecer en el exilio durante varios años más. Esa es la historia que, no siempre de manera lineal, Pettinato reconstruye en el libro. Tiene una ventaja: un material biográfico increíblemente rico con el que trabajar. La primera decisión que toma como autor es acertada, aunque algo peligrosa: poner el foco sobre la madre (su marido es, de hecho, “El Hombre de Clara”). Esto puede deberse a cuestiones de posibilidad (el padre había muerto mucho antes y la reconstrucción de la historia depende del testimonio materno), pero tiene un efecto argumentativo claro. La madre es, en esta historia, la mujer que sufre (que sólo puede sufrir) por partida doble –un marido caído en desgracia y poco fiel; una familia que debe comandar sola– y aún triple –porque también ella sufre la derrota como peronista–. El libro se convierte así en el registro de esa derrota pública y privada, y de los días que siguieron a ella, en los que la euforia de un momento se convirtió, lenta pero inexorablemente, en indolencia. Una escena de la novela resume bien esa condena perpetua a la que Clara está sometida: “El sol, decían los vecinos del barrio, pegaba en todos los frentes menos en aquella casona cuadrada y arquitecta. Los niños, de solo verla, aprendían a cruzar y seguir su camino al colegio”. Ese cuadro de la casa oscura funciona como síntoma de lo que a Clara le toca en suerte: una vida estoica, casi reducida a ciertas relaciones extrañas (casi fetichistas) con la casona y los objetos que la pueblan, y también con los recuerdos. De cualquier manera, se lamenta que Pettinato no intente explorar más esas relaciones antes que volver, una y otra vez, sobre el sufrimiento de Clara, que siempre está al filo de convertirse en un estereotipo. Más allá del modelo de la mujer que da todo sin obtener nada a cambio, lo que puede leerse en cómo la familia se va deshaciendo, como una isla flotante, después de 1955, es una imagen vívida de lo que sucede en cualquier régimen político: aunque todos –adherentes y detractores– actúen como si no fuera a terminar nunca, siempre llega a su fin.(...)

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