"El sueño fugaz" de Ivan Thays.

En Revista Ñ un interesante artículo sobre el libro "El sueño fugaz" del escritor peruano Ivan Thays, ¿será que la premonición del articulista José Villa se hace realidad y tenemos a un Thays de culto?.

Narrador peruano, difusor de la literatura a través de su reconocido blog Moleskine Literario, a Iván Thays su materia y oficio no lo dejan en paz. En la novela Un sueño fugaz reelabora un conjunto de relatos enmarcados en otra novela, La disciplina de la vanidad (2000). En su nuevo contexto, de historia independiente, Un sueño fugaz tiene su punto fijo en la época en que un grupo de jóvenes integraban un taller literario en Lima. La luz de ese momento ilumina la vida que ocurre en el relato, el cual se proyecta, fantasmalmente, hacia el final de la existencia de un escritor que fue una promesa de éxito literario y que después de una consagración no cumplida en Europa, donde se ancló habiéndose casado, vuelve a Lima, luego donde, podría decirse, se dedicará a envejecer. Sus amigos y amores de siempre están en ese grupo que integró cuando todo era promisorio. Este escritor más o menos fracasado o exitoso, en tránsito a convertirse en una autoridad de culto, acaso se haya negado persistentemente a madurar; fruto de ello es la prepotencia que viene por el pasillo de la juventud combinada con el desencanto ante las limitaciones que impone el paso del tiempo. Correlato de esta tensión es la escena en que el escritor se mira las manos, como si no pudiera contemplar el paso del tiempo en los objetos que lo rodean, para reconocer todo lo que ha envejecido. Las claves del misterio El desarrollo de los relatos o segmentos que completan la novela ocurre sin digresión de ningún tipo: virtud capital de esta pequeña narración. No hay en Un sueño fugaz cuestiones que no se refieran directamente al universo de los personajes (lo que no impide que el relato guarde la posibilidad de una nueva novela); ni hablar de la descripción de manías y costumbres para afirmar la identidad de los personajes; o de sueños y proyecciones potencialmente relacionadas con la trama novelesca. Pero sí el clima onírico impera en algunos pasajes, con un resultado más que satisfactorio: salta del ensueño a la escena de la realidad con una continuidad cuya órbita resulta indiscernible, por no decir misteriosa. Nada de lo intrínseco a los capítulos o relatos que integran la novela excede los detalles de esa oscura y desapegada familia de compañeros de la literatura en la que abunda la desconfianza, la avaricia y el resentimiento. La novela transcurre entre esos ejes cardinales desplegando episodios cuya conclusión tienen un toque de sorpresa o amarga piedad. Thays ha logrado un gradual y abierto manejo del tiempo interior, que incluye a la voz del narrador, sirviéndose, como chispa, del tópico del escritor juvenil: “Los adolescentes sólo pensamos en sexo. En sexo y en fútbol. Y en esa época yo era adolescente”, que confluye con un tono reminiscente para hablar de la decadencia: “Y aquel olor astroso, a esporas, el olor de la vejez”.

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