Poetisa uruguaya Ida Vitale Premio Cervantes


El Premio Cervantes de Literatura, considerado el Nobel de las letras castellanas, se entrega cada 23 de abril en conmemoración a la fecha de muerte de Miguel de Cervantes; este año el Premio ha recaído en favor de la vate uruguaya Ida Vitale por ser su lenguaje uno de los más reconocidos, como se señalo en El País; dice la nota:

Un final improvisado lo dijo todo. Ida Vitale (Montevideo, 1923) había finalizado su discurso. Acalló los aplausos con un gesto. “Querría hacerme perdonar la audacia de venir aquí, a este lugar, y meterme a hablar de Cervantes”. Solo después descendió las escaleras del púlpito laico del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, donde esta mañana ha recibido el Premio Cervantes 2018 de manos del rey Felipe VI. Había dicho lo que no estaba escrito y quería decir, una de esas “cosas absurdas y desacomodadas” que le salen del alma, como los besos que envió con la mano al público al recoger el premio y al Rey tras escuchar su discurso. Si una estadística tuviese sentimientos, se podría concluir que al Premio Cervantes le gustan tan poco las escritoras como los autores uruguayos. Con Ida Vitale mitigó una pizca ambas cojeras. Ayer se convirtió en la quinta mujer en recibir el galardón y el segundo autor uruguayo, tras Juan Carlos Onetti (1980), compañero de filiación poética de la propia Vitale: la Generación de 1945. Incluso en una ceremonia protocolaria, ensayada ya en más de 40 ocasiones desde que se concedió el premio por primera vez en 1976, afloró esa naturaleza híbrida de la poeta uruguaya, tan dotada para la erudición como para la espontaneidad. “Ahora seres benévolos y palpables movieron las piezas de un superior ajedrez, situándolas en posición favorable y acá estoy, agradecida, emocionada”, señaló ante un auditorio con más poetas que políticos, salvo algunas excepciones obligadas como la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, y el ministro de Cultura, José Guirao. Confesó Vitale que, pese a su escepticismo, mantiene cierta confianza infantil en las coincidencias. Estos días, mientras el discurso rondaba por su cabeza, escuchó en dos ocasiones por casualidad Pompa y circunstancia, de Elgar, cuya pertinencia hoy habría quedado fuera de duda. También que al reordenar su biblioteca en Montevideo descubrió un apego a prueba de mudanzas y exilios por El Quijote, cuyas ediciones repetidas la acompañan aunque escasee el espacio. Un libro en el que ha depositado, como un pensamiento mágico, la capacidad “de precipitar hacia mí la buena voluntad del azar”.
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