Disney destructor de historias

Un interesante artículo de Juan Carlos Flores Escobar, publicado en Ecdótica, sobre la destrucción de historias por parte de Disney, dice la nota:
Muchos lectores de seguro vieron las películas de Walter Elias Disney (Walt Disney), singular personaje del siglo XX, que apostando por los dibujos animados, obtuvo un imperio “mágico”. Pero, como este espacio no pretende hablar de los filmes o la biografía de este director y empresario, volquemos la página y adentrémonos a los libros que sirvieron para que los largometrajes de Disney, un tanto harto deformadas, vieran la luz de forma errónea hasta hacerse conocidas por el mundo entero. Pinocho, del célebre escritor italiano Carlo Collodi, es un claro ejemplo de lo que decimos, pues la historia difiere mucho de la película, diría demasiado. La trama narra la existencia de un trozo de madera que posee vida propia, llora y ríe como un niño, quien es regalado por el maestro Ciliegia a su amigo Geppeto, carpintero experto que fabrica con él un muñeco maravilloso. Una vez terminado, el juguete se marcha, mientras Geppeto va en su búsqueda y es apresado por los guardias. Cuando Pinocho vuelve a casa es amonestado por un grillo que le reclama su conducta y al que el títere aplasta con un martillo sin remordimientos. A partir de ahí, el muñeco de madera emprende una serie de aventuras. La película logra algunos guiños, pero no sigue el hilo conductor de la narración, que tiene mucho de imaginación como la película de parca estrechez. Peter Pan, del escocés James Matthew Barrie, es otro clásico que Disney hizo “pedazos”, pues a este libro hay que leerlo detenidamente, descubrir a sus personajes y sus aventuras tal y como el autor la ideó y no como Disney la destruyó, ya que originalmente el relato era una obra teatral. La trama nos cuenta que antes de nacer, todos los bebés son aves. Cuando Peter era un bebé y aún creía ser un ave, salió volando por la ventana de su cuarto mientras su madre dormía, porque aún no había perdido la fe en que podía volar. Surcando los cielos llegó a la isla de los pájaros, llamada “Nunca Jamás”. Con apenas trece años, Peter regresa al mundo real para invitar a la niña Wendy, de 12 años, al País de Nunca Jamás para que sea la madre de su pandilla de Niños Perdidos. Sus hermanos John y Michael, de cuatro y siete años, también la acompañan en este viaje. Alicia en el país de las maravillas, de Charles Lutwidge Dodgson, conocido bajo el pseudónimo de Lewis Carroll, salió a la luz con el título de: Las aventuras subterráneas de Alicia. Es obvio, Disney no era tonto y escogía los libros con mucho cuidado para sus películas, pero con resultados horribles. El libro cuenta la historia de Alicia, una niña que se encuentra sentada en un jardín, apoyada en un árbol mientras su hermana lee un libro aburrido, sin dibujos, lo que hace que Alicia termine por abstraerse de la historia. De repente un conejo blanco, vestido con chaleco y mirando agobiado un reloj de bolsillo, corre diciendo “Llego tarde, llego tarde”. El conejo se mete por una madriguera y Alicia, intrigada por esta aparición decide seguirle. Así es como entra en el País de las Maravillas. Lo que se ignora es que el personaje de Alicia está inspirado en la hija de uno de los amigos del autor, Alice Liddel, con quien pasaba mucho tiempo. Bambi, del austriaco Siegmund Salzmann o Salten Félix (pseudónimo), lleva por título original: Bambi, una vida en el bosque, fue escrita en 1923, la misma se tradujo al inglés en 1928, cinco años más tarde el escritor vendió los derechos de la película a los estudios Disney por la módica suma de cinco mil dólares. Nueve años después se estrena el filme, respetando ciertas características de la trama, pero adhiriendo el tono “lacrimógeno” de la cursilería barata de Hollywood. Similar suerte corren los libros de Mark Twain, Príncipe y mendigo; de Rudyard Kipling, El libro de la selva; de Roald Dahl, James y el melocotón gigante o de Helen Aberson, Dumbo, entre otros. Todos ellos conforman la disección que el séptimo arte realizó con sus páginas hasta convertirlos en productos vendibles y sin el “espíritu” por el cual fueron creados. Finalmente, habrá que señalar que la mutación o alteración al cual están adscritos estos y otros relatos para niños, merma, de alguna manera, la relación íntima entre el lector y el libro, pues el producto audiovisual no siempre lleva la idoneidad necesaria para reflejar la palabra intrínseca de la narración escrita, sino por el contrario, resume de forma grosera aquellos episodios y capítulos que sí ensalzan la imaginación y otro tanto ese misticismo subjetivo cuando uno se sumerge en las páginas de cualquier libro. En suma, leer más y ver menos sería la fórmula correcta para entender de qué están hechos los sueños, los personajes y la historia de estos clásicos infantiles.

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