Adiós Chavela

Se fue una de las más insignes cantantes mexicanas, adiós Chavela. Dice la nota:


Dirán que el 5 de agosto ha muerto en Cuernavaca, Morelos, Isabel Vargas Lizano, nacida en 1919, natural de Costa Rica, referente de la canción mexicana, cantante de oficio y dueña de un sentimiento que conquistó ambos lados del Atlántico. Pero la verdad es que Isabel Vargas Lizano, conocida como Chavela Vargas, la voz que trascendió rancheras, boleros, corridos revolucionarios, tangos y canciones cubanas para forjar un estilo dulce y desgarrado, hondo y bravío, macho y femenino… la verdad es que no ha muerto, sólo ha comenzado su balada inmortal. A Chavela no le dio la gana de morirse en su último viaje a España, cuando el 12 de julio fue ingresada en el hospital por agotamiento. Los peores augurios tuvieron que esperar. Pisaría de nuevo México. Todo fue aterrizar para que comenzara el canto chavelesco: “Ya vine de donde andaba, se me concedió volver. A mí se me figuraba, que no les volvería a ver”. La letra de El Ausente fue el saludo que pusieron sus amigos en la cuenta de Twitter abierta a su nombre. Del Chalchi, su escarpada montaña de Tepoztlán, se despediría el 30 de julio, cuando se la llevaron al hospital donde dejó de respirar ayer a los 93 años. Confesiones. A Chavela le aburría que le preguntaran por Frida Kahlo, pero le divertía recordar lo que vivió con la pintora y Diego Rivera al poco tiempo de llegar a México. “Me invitaron a una fiesta en su casa. Y ya me quedé, me invitaron a quedarme con ellos a vivir y aprendí todos los secretos de la pintura de Frida y Diego”, dijo en 2009, cuando cumplió 90 años. Cuando nadie creía que podía cantar, dio un recital en el Teatro de la Ciudad. Cuando todos se resignaban a la eternidad de clásicos como La Macorina o Piensa en Mí, produjo en 2011 el disco La Luna Grande, en honor a Federico García Lorca. Cuando pocos creían que podría viajar, regresó a Madrid. Tuvo recuerdos amargos de Costa Rica, país que dejó a los 17 años y al que regresó al arrancar el siglo XXI para confirmar, siete meses después, que ella era de México. Para amanecer en sus últimos años eligió Tepoztlán, un pueblo de clima templado donde ella amanecía dialogando con El Chalchi, su monte-chamán. Cuando sus amigos habían muerto y ella había tocado fondo a causa del alcohol, resurgió en 1991: cantó en Coyoacán y volvió a convivir con los grandes, para empezar con Werner Herzog, que la invitó a El grito de piedra. Quince años de retiro no hicieron mella: “se me abrieron las puertas: esperaban que yo volviera”. Los discos suman 80 y son variadas sus participaciones en películas, entre ellas Frida (2002) de Julie Taymor y Babel (2006), de Alejandro González Iñárritu. “Quiero que un día se entienda que mi mensaje ya no es de la garganta, (...) es lo que no me deja morir hasta que la gente sepa que mi canto no es canto, es algo más allá del dolor, más allá de la angustia, más allá del saber, más allá de todo, del arte en sí mismo”, dijo en 2003, anticipándose a su deceso.
La noticia en El  País

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