Valeria Luiselli debuta como novelista

La escritora  mexicana publica su primera novela "Los ingrávidos", dice la nota:
Complejo, profundo y moderno. Los tres calificativos le caben con justicia al libro con el que la mexicana Valeria Luiselli debuta como novelista. Un debut temprano –todavía no cumplió 30– y promisorio, al punto que despierta un comentario tan entusiasta como envidioso. Antes publicó Papeles falsos , un conjunto de ensayos narrativos heterogéneos y apasionantes, que también fue muy elogiado, entre otros, por Margo Glantz. Los ingrávidos narra dos historias en dos tiempos. La primera es la de una mujer joven, casada y con dos hijos, que en el pasado trabajaba en Nueva York para una editorial independiente que le encomendaba encontrar buenos autores latinoamericanos para publicar. (“Consígueme un Bolaño”, le demandaba su jefe.) A falta de un émulo del chileno, encuentra en una biblioteca ciertos papeles del poeta mexicano Gilberto Owen, que también vivió en Nueva York a fines de los años 20 y fue amigo de Federico García Lorca. Pero eso no alcanza para entusiasmar el jefe. De manera que fragua un poemario inédito, le dice que fue traducido por otro poeta, Zukofsky; la estafa se dispara y el éxito editorial también. Pero, como en todo fraude, el primer estafado es el que lo consuma y llega a creerlo. Cuando la narradora ya no puede vivir en la mentira, abandona la ciudad y con ella su vida de entonces: el alcohol y algo de drogas, las amistades promiscuas, la vida a contramano. En el presente, de vuelta en México, lleva una existencia pequeña en una casa grande, junto a su marido y dos niñitos que no le dejan aire para respirar. Se refugia en la noche para escribir una novela (“una novela silenciosa, que no despierte a los niños”) que habla sobre Owen y sobre sí misma en otro tiempo y otro lugar, cuando ambos eran otros. Por las mañanas, el marido la inquiere sobre lo que ha escrito: ¿todo eso es cierto? Los dichos nunca del todo desmentidos van fracturando la pareja. Entonces aparece la voz de Owen narrando su propio crack up : el fin de su matrimonio, el alejamiento de sus hijos, la enfermedad que lo consume, los cuartos tristes en el Harlem donde a pocas cuadras se podía escuchar a Duke Ellington y en las plazas Federico y él se divertían ensayando aventuras vanguardistas. A medida que una se afantasma, se impone la voz del otro que hace rato es un fantasma para el mundo. Ese es el modo de existencia que los dos han elegido, la disolución lenta y las apariciones perturbadoras, dos seres habitados por identidades ajenas y respirando un aire que no les es propio. De allí que no sea raro que ella crea ver a Owen en los andenes de los subterráneos y Gilberto ya no pueda verse a sí mismo, tanto ha cambiado su aspecto. (...)

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