Neruda asesinado

A poco de recordar una fecha más de su fallecimiento, salen a luz revelaciones que indicarían que Neruda fue asesinado, aquí la nota de Revista Ñ:
Cruzado de brazos, Araya comienza a recordar cómo fueron los días previos a la muerte del poeta. Ahí están vívidos los allanamientos, los gritos y el miedo. Dos días después del golpe del 11 de septiembre, llegó un camión con más de cuarenta militares a revisar la casa de Isla Negra. Un capitán subió a la pieza y le dijo a Neruda que buscaban armas. El vate, con tristeza, miró por la ventana y vio cómo excavaban su jardín y cómo la bota militar aplastaba el país que tanto amaba. El terror comenzaba a ser insostenible. El 19 de septiembre estaba todo listo para el viaje de Neruda a México, pactado con el presidente de este país y su embajador en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá. Araya, Matilde Urrutia y el poeta partieron rumbo a Santiago. El destino era la Clínica Santa María para evitar que Neruda corriera más riesgos en la casa de Isla Negra. Según Araya, el Nobel depositó todas sus esperanzas en una mejoría en México. Matilde, su última mujer, acompañó al poeta en la ambulancia que pidieron, y de cerca los seguía Araya en un auto Fiat 125 de color blanco, que habían comprado un mes antes. Desde el golpe, la ciudad y las carreteras estaban completamente militarizadas. Durante el viaje fueron hostigados e interceptados cada dos kilómetros para ser registrados. Este episodio no es de extrañarse. Tras el 11 de septiembre, Isla Negra quedó bajo la gobernación de Manuel Contreras, quien quedó a cargo de la zona Tejas Verdes y Melipilla. Así consta en el registro de los gobernadores provinciales de San Antonio entre 1920 a 1973. Es decir, el entonces coronel Contreras, “El Mamo”, se dedicó a formar centros de detención y a ensayar para convertise en el director de lo que, a finales de 1973, sería la temible Dirección Nacional de Inteligencia (DINA). Araya sigue desahogándose de esta especie de conjuro. No se olvida de la parada en Melipilla. “Hicieron bajar de la camilla a Neruda para revisarlo con la excusa de encontrar armas. A don Pablo lo movían como un muñeco, él pidió clemencia. No hubo caso”. Llegaron a la clínica rozando el toque de queda y Neruda quedó internado en la pieza 406. Al día siguiente, el poeta siguió pasando en limpio algunos poemas con Homero Arce, su corrector. Insistía en seguir viendo las noticias en la televisión, pero Matilde ordenó que se la llevaran. Lo protegió de toda verdad: sus casas asaltadas, el asesinato de Víctor Jara y el vertedero de cadáveres en que se había convertido el río Mapocho. El poeta les pidió a Manuel y a Matilde que regresaran a Isla Negra en busca de ropa y libros. Según Araya, salieron el 22 de septiembre y aún no se resigna de ese flanco que dejaron. “Fue un error, no debimos dejarlo solo al cuidado de su hermana Laura: ella no veía bien.” Mientras buscaban las cosas, una empleada de la Hostería Santa Elena, les llevó un ominoso recado. “Dice don Pablo que se vayan urgente, alguien lo inyectó en el estómago mientras dormitaba”. Parte de este testimonio es corroborado por Matilde Urrutia en su libro Mi vida junto a Pablo Neruda.“Sonó el teléfono. Era Pablo. Me pedía que regresara inmediatamente: ‘no puedo hablar más’, me dijo. Yo creí que había pasado lo peor; en forma afiebrada cerré la valija, y me puse en camino. Lo van a detener, pensé casi enloquecida. ‘Tenemos que ir lo más rápido que pueda’, le dije al chofer. No sé cómo no nos matamos”. Manuel corrige un detalle de esta versión: “En ese tiempo ya habían cortado el servicio telefónico y los mensajes los recibíamos a través de la hostería”. Araya recuerda que cuando llegaron a la Clínica, bajó las maletas de Neruda y las dejó en el auto diplomático que llevaría al vate al aeropuerto. Subió a la habitación, vio al poeta con la cara rojiza y con un pinchazo en el abdomen, una mancha que se extendía como ocurre con la picadura de un mosquito. Mojó una toalla para tratar de bajar la fiebre de “Pablito”. Recuerda que entró un médico a la habitación. “Era moreno y de bigotes, me dijo que tenía que comprar un medicamento, una receta que decía Urogotán y me indicó que la podía encontrar en una farmacia de la calle Vivaceta”. Manuel subió al Fiat, tomó la calle Balmaceda y cuando iba llegando a su destino, lo detuvieron dos autos, que lo emboscaron, uno adelante y otro atrás. –¡Huevón! ¿Eres el secretario de Neruda? –gritaban mientras lo abofetaban–. ¡Contesta! Araya terminó en el suelo, con golpes y un disparo directo en la pierna izquierda. Ahora sale del trance. “Le voy a mostrar”, dice Araya. Tiene una cicatriz de cinco centímetros bajo su rodilla. “¿Cómo sabían que era yo? Siempre he creído que desde la clínica estaban coludidos con la gente que me detuvo”, confiesa. Después de estar detenido en una comisaría, a la medianoche fue trasladado al Estadio Nacional. Fue torturado e interrogado sobre el paradero de dirigentes comunistas. No cesaban las patadas ni los puñetazos. “No los conozco, no sé de qué me hablan.” Neruda le había advertido una vez que lo iban a castigar por haber trabajado como su asistente, que le preguntarían por “los compañeros” y le pidió que aunque le sacaran los ojos, nunca dijera nada. Araya cumplió su promesa. Seis días después, fue el cardenal Raúl Silva Enríquez, encargado de resguardar a los perseguidos de la época, quien lo encontró y pidió atención médica para él. “El curita me dijo que don Pablo había muerto a las diez y media de la noche del 23 de septiembre. No lo podía creer”. Araya estuvo detenido 45 días. Sus torturadores lo liberaron en noviembre. (...)

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