Vargas Llosa, escritor fantasma

En el mundo literario existen escritores que realizan una labor fantasma, a veces denominados como "negros", sin aludir a ningún concepto de discriminación por raza o clase (ojo). Parece que el Nobel Vargas Llosa no estuvo ajeno a esta vida de segundón. Dice la nota de El País:


¿Mario Vargas Llosa, escritor fantasma? ¿Era verdad que había escrito una novela antes de La ciudad y los perros(1963), la cual había sido publicada con seudónimo? Ya no recordamos cómo nos llegó el rumor, pero ¿se trataba de un dato fidedigno? El título no figuraba en ninguna bibliografía. Dada nuestra curiosidad, no pudimos contenernos y decidimos preguntárselo al presunto autor. Vargas Llosa se limitó a sonreír y adujo que el esfuerzo que le suponía escribir una novela bien merecía que la firmara con su nombre, lo que restaba credibilidad a nuestra suposición. Sin embargo, con el tiempo, el misterio resurgió. Era poco probable que una información de ese calibre pasara desapercibida para los numerosos críticos y biógrafos. Finalmente, la pista nos la dio una estudiosa francesa, Marie-Madeleine Gladieu, experta en la obra de Vargas Llosa, cuyo ojo zahorí detectó la punta del hilo de la madeja en las memorias de Julia Urquidi Illanes, es decir, la tía Julia, la primera esposa del novelista. Allí, en Lo que Varguitas no dijo (1983), se hace una breve alusión al episodio (aunque la autora confunde Oriente con África). Como se sabe, en 1959 la pareja se había trasladado de Madrid a París, donde vivía con estrecheces económicas en una buhardilla del modesto Hotel Wetter, en el número 9 de la rue de Sommerard. Vargas Llosa tenía 23 años. “Más o menos por esos días”, recuerda la tía Julia, “llegó al hotel una dama peruana. Acababa de hacer un viaje por el Oriente, y quería escribir un libro sobre sus experiencias. Habló con Varguitas. Quedaron en que ella le iría contando sus viajes y él escribiría el libro por una suma de dinero que consideramos suficiente, para los gastos extras de la semana. Le pagaría los días viernes, de acuerdo a las páginas escritas. Todas las mañanas iba mi marido a la habitación de la viajera, para hacer el trabajo. Frecuentemente entraba yo a la pieza a escuchar sus relatos, estos eran bastante infantiles. Mario se divirtió con este trabajito. Ella era una señora muy puritana, él escribía capítulos donde había príncipes árabes, que se introducían en su habitación por los balcones, con malvadas intenciones violatorias, lo que espantaba a esta ingenua dama”. Cuando aceptó, Vargas Llosa estaba escribiendo ‘La ciudad y los perros’ Desde luego, la primera condición laboral para un escritor fantasma es mantener el anonimato. De ahí que Vargas Llosa no pudiera admitir su colaboración. En ese sentido, debemos reconocer que fue discreto, y, por otra parte, es comprensible su renuencia a hablar sobre el asunto, ya que sin duda aceptó el encargo por fuerza de las circunstancias. Tratándose de un joven novelista lleno de bríos, cuyos esfuerzos estaban concentrados en la creación de La ciudad y los perros, no debía de ser muy atractiva la idea de alquilar su pluma y de tener que explotar su creatividad en temas ajenos. En su testimonio, la tía Julia destaca las precauciones de la dama: “Como no quería que nadie viera a Mario escribiendo, la puerta estaba siempre cerrada. Incluso mi presencia no era de su agrado, pero no tenía más remedio que soportarme; era la esposa de su escribidor. (…) Debe haber sido el libro más difícil para Varguitas. (…) Tener que darle forma, sentido a eso, fabricar un libro, no debe haber sido fácil”. La dama en cuestión era Cata Podestá y el volumen se titulaba Pieles negras y blancas. Fue impreso a cuenta de la autora en los talleres de P. L. Villanueva en Lima, en octubre de 1960, y consta de 313 páginas. Aunque la doctora Gladieu lo aborda como si fuera una novela, se trata, en rigor, de un libro de viajes (incluso trae un mapa de África en el que se señalan las ciudades visitadas). En todo caso, posee una forma novelesca, con escenas dialogadas, lo que denota la familiaridad con el género que tenía Mario Vargas Llosa y sus deseos de fabular. El procedimiento de este trabajo a destajo fue el siguiente: la señora Podestá paseaba por la habitación del hotel Wetter evocando su periplo por tierras africanas y el narrador recreaba las aventuras en su máquina de escribir, tomándose ciertas libertades para aderezar la trama. Cabe recordar que Vargas Llosa era muy precoz: por entonces estaba escribiendo su primera obra maestra, La ciudad y los perros, que obtendría el Premio Biblioteca Breve en 1962, apenas dos años después.
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